Tengo ganas de ti


Tengo ganas de ti. Y no, no te estoy diciendo que te compres un libro.

Hay frases hechas y coloquialismos a los que algunos deciden ponerle una patente. Frases que dan nombre a una peli, a un artículo o simplemente frases y palabras gritadas en la tele. Así es como ellos se promocionan, queriendo o sin querer.

Quiero decirte lo que pienso; lo que pienso eres tú. Iría corriendo hasta la puerta de tu casa, me chocaría con el vecino que acaba de abrir la puerta de tu edificio, apretaría el botón del ascensor pero es lento, así que subiría rápidamente las escaleras y, ya sin aliento, tocaría un timbre que no funciona y después a la puerta a esperas de que alguien me escuche. No tengo fuerzas para gritar tu nombre. Espero. Pego la oreja a la puerta y solo se siente silencio. Caigo de espaldas a la pared y me siento recostada sobre un muro que deja mi abrigo blanquinoso por detrás. Relájate – me digo. Y es cuando lo siento, que tengo ganas de ti. Dulce ansia que se rompe al evocarme directamente a una novela que leí en cuatro días perezosos del verano pasado. Una historia de amor idealizada y de adolescentes. Suben en moto e incendian la noche. Amor y desamor. Recuerdos que resurgen disfrazados de antiguos amigos. Chocan eso y mi realidad. -Mi mundo, que es mi realidad. Yo no necesito hablar para expresar una emoción, me basta solo con mirar. Pero sí necesito amar, que es mi única ambición. ¡Es lo que necesito!- Solo quería verte. Invitarte a desayunar y que nos diéramos cuenta de que aún queda todo un día por delante. De que, mientras comemos croissants que no están rellenos de chocolate y un café con leche y sin azúcar, todavía nos da tiempo a coger un tren hacia la playa y que, aunque esté nublado, los días grises saben mejor si vas acompañado de él si eres ella o de ella si eres él. Y una mochila. Ir, oler el mar, sacarse los zapatos, sentir las rocas frías y hundir los pies en una arena de granitos gruesos. Y tengo ganas de ti.

Y se tergiversa mi construcción cuando no dejas de hablar en voz estridente, y te quejas y no haces cosas. Interrumpes mi canción, insistes: no corras por el pasillo que abajo vive gente, un día de estos va a subir el vecino a quej.. no saltes, siempre igual. Y es que no me gusta nada el vestido que lleva, hay que saber vestir, mi estructura es más adecuada para esetipoderopaporjemploelotrodíapenséencomprarmeunsuétergrisperonocombinaconmifondodearmario. Y es cuando las palabras hacen eco en mi cabeza, los sonidos resultan ajenos y te miro, cállate por favor –te digo con la mirada. Y sigues. Porquehayquesaberconjuntarnoesposiblellevarmarrónconnegromujerdependelatonalidadtambién… ¡¿Por qué no te callas?! Grito al fin. Ahora me miras tú. Imagen que en nuestras mentes se recrea. Momento televisivo. Te ríes. Parece que le he robado la frase a alguien.

Y así es, como desde nuestro subconsciente, le regalamos un trocito de tiempo a alguien que quizá no valga la pena, o en un momento que quizá no convenga. O como cuando he hecho una rustidera de verduras y algo de carne y, te comes solo la alcachofa y el pimiento y te digo cómete el pollo


Claudia.

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